Doy miedo. Soy una mezcla entre el hombre del saco y Jack Nicholson. Un susto de muerte. Si fuera verbo no podría definirme en uno sólo; sería una mezcla entre espeluznar y aterrorizar. Algo así cómo espeluzrrizar o aterroluznar. No sé cuál me gusta más, la verdad.
Doy miedo a los hombres. Pero mi especialidad son las novias. A ellos les dan más miedo ellas, así que en La Lista Oficial de Cosas que dan miedo a los hombres, estoy en el puesto 33. En la lista de dar miedo a novias todavía me queda mucho para llegar a ser como C.M. C.M. dio tanto miedo a una novia que ésta encerró a su novio durante 3 años en el cuartito del hueco de
El primero en darse cuenta de que iba a dar miedo fue mi abuelo. “P.”, me dijo un día, “vas a dar miedo. Una niña no puede saberse al dedillo la Liga; no puede saltar de alegría cuando El último guerrero le chafa el cráneo a Hulk Hogan; no puede querer siempre jugar a los médicos con los niños. Pero lo que realmente me preocupa es que nunca digas la verdad cuando juegas al mentiroso”. Mi abuelo me dejó por imposible cuando descubrió que en El conejo de la suerte, daba besos de tornillo con los brackets. “No tienes remedio” y dejó el tema.
Gané el Concurso de Belleza del colegio con 14 años. Asusté a la favorita: un bellezón pelirrojo de 17. Me pilló in fraganti con su novio, un tipo pintón del último curso, jugando a la consola, comiendo pizza y bebiendo cocacola con cafeína. Ella iba a su casa a ayudarle con un exámen de matemáticas. Le dí tanto miedo que se quedó sin pecas. Sus padres tuvieron que cambiarle de colegio y él suspendió el exámen.
M.O. consiguió no darle miedo a un chico. Fueron novios oficiales durante un breve tiempo. Lo que tardó él en llevarla a
Dar miedo no es ni bueno ni malo. Es como ser el gracioso del grupo o el tonto del pueblo. Lo eres y punto. No hay ningún problema si tu entorno lo asimila. En mi casa la evidencia vino en forma de novio. De novio de mi madre. Todo iba sobre ruedas hasta que nos juntaron en una comida familiar. Asusté a sus hijos: comí más hamburguesas que ellos y dije el abecedario eructando del derecho y del revés de carrerilla. Varias veces. “Papá”, dijo mi madre, “la niña da miedo”. “Te lo dije”, sentenció mi abuelo.
El puesto nº1 en dar miedo a un hombre lo ostenta A.R. Tras varias miradas él fue capaz de acercarse a ella e invitarla a una copa. Que A.R. bebiera whiskey sólo no pareció medrarle. A.R. le contó que no soñaba con una boda de blanco, ni niños corriendo por el jardín y que no creía en el amor eterno. Creyó que era su noche de suerte. Cuando A.R. le contó a cuántas personas tenía a su cargo a sus 30 años, y que en unos meses tendría que marcharse a abrir la filial de su empresa en Panamá, él empezó a dudar de su hombría. Lo terminó de rematar en la primera cita, cuando descubrió que A.R., como los hombres, era incapaz de hacer dos cosas a