lunes, 8 de agosto de 2011

Las chicas que daban miedo: cosas que no te dijeron cuando te hablaron de igualdad

Doy miedo. Soy una mezcla entre el hombre del saco y Jack Nicholson. Un susto de muerte. Si fuera verbo no podría definirme en uno sólo; sería una mezcla entre espeluznar y aterrorizar. Algo así cómo espeluzrrizar o aterroluznar. No sé cuál me gusta más, la verdad.

Doy miedo a los hombres. Pero mi especialidad son las novias. A ellos les dan más miedo ellas, así que en La Lista Oficial de Cosas que dan miedo a los hombres, estoy en el puesto 33. En la lista de dar miedo a novias todavía me queda mucho para llegar a ser como C.M. C.M. dio tanto miedo a una novia que ésta encerró a su novio durante 3 años en el cuartito del hueco de la escalera. Lo alimentaba con lonchas de jamón york que le pasaba por debajo de la puerta. Para que no se deshidratara le deslizaba flases descongelados. El novio tenía tanto miedo que nunca dijo ni mú. Algo habría hecho, pero C.M. no se pronunció al respecto en la rueda de prensa. Cuando por fin se le pasó el miedo a la novia y lo sacó del cuartito de debajo de la escalera estaba tan delgado que “no reconoció como el hombre que había sido”. Le dejó sin ni siquiera un “vamos a darnos un tiempo”, ni un mísero “la culpa es mía, no tuya”. “Te dejo”, dio media vuelta y desapareció. Tanto miedo para nada.

El primero en darse cuenta de que iba a dar miedo fue mi abuelo. “P.”, me dijo un día, “vas a dar miedo. Una niña no puede saberse al dedillo la Liga; no puede saltar de alegría cuando El último guerrero le chafa el cráneo a Hulk Hogan; no puede querer siempre jugar a los médicos con los niños. Pero lo que realmente me preocupa es que nunca digas la verdad cuando juegas al mentiroso”. Mi abuelo me dejó por imposible cuando descubrió que en El conejo de la suerte, daba besos de tornillo con los brackets. “No tienes remedio” y dejó el tema.

Gané el Concurso de Belleza del colegio con 14 años. Asusté a la favorita: un bellezón pelirrojo de 17. Me pilló in fraganti con su novio, un tipo pintón del último curso, jugando a la consola, comiendo pizza y bebiendo cocacola con cafeína. Ella iba a su casa a ayudarle con un exámen de matemáticas. Le dí tanto miedo que se quedó sin pecas. Sus padres tuvieron que cambiarle de colegio y él suspendió el exámen.

M.O. consiguió no darle miedo a un chico. Fueron novios oficiales durante un breve tiempo. Lo que tardó él en llevarla a la Cena de amigos y novias”. En el primer plato el colectivo de novias fue agradable y no parecía desconfiar de la caída de pestañas de M.O. En el segundo plato intentaron entablar camaradería apelando a “cosas de chicas” de la infancia. Empezaron a mirarla de reojo cuando reconoció no haber llorado con Candy Candy, ni haber empezado el álbum de Barbie. M.O. sólo había intercambiado cromos de La Pandilla Basura y la Liga en los recreos. En los postres empezaron las historias socarronas. A la altura de la primera copa M.O. ya había contado más chistes de rubias que cualquiera de los novios. Esto motivó una reunión urgente del Sindicato de Novias y su expulsión inmediata del colectivo. Cientos de novios asustados secundaron la cesión. Por supuesto todos los asistentes a la “Cena de amigos y novias” votaron a favor.

Dar miedo no es ni bueno ni malo. Es como ser el gracioso del grupo o el tonto del pueblo. Lo eres y punto. No hay ningún problema si tu entorno lo asimila. En mi casa la evidencia vino en forma de novio. De novio de mi madre. Todo iba sobre ruedas hasta que nos juntaron en una comida familiar. Asusté a sus hijos: comí más hamburguesas que ellos y dije el abecedario eructando del derecho y del revés de carrerilla. Varias veces. “Papá”, dijo mi madre, “la niña da miedo”. “Te lo dije”, sentenció mi abuelo.

El puesto nº1 en dar miedo a un hombre lo ostenta A.R. Tras varias miradas él fue capaz de acercarse a ella e invitarla a una copa. Que A.R. bebiera whiskey sólo no pareció medrarle. A.R. le contó que no soñaba con una boda de blanco, ni niños corriendo por el jardín y que no creía en el amor eterno. Creyó que era su noche de suerte. Cuando A.R. le contó a cuántas personas tenía a su cargo a sus 30 años, y que en unos meses tendría que marcharse a abrir la filial de su empresa en Panamá, él empezó a dudar de su hombría. Lo terminó de rematar en la primera cita, cuando descubrió que A.R., como los hombres, era incapaz de hacer dos cosas a la vez. Perdió el habla durante meses.

jueves, 7 de julio de 2011

Sentirse una princesa Disney

Llegó a recogerme media hora más tarde en moto y con un casco para mí. Me costó Dios y ayuda abrochármelo, tanto que hasta me planteé atarlo con un lazo y cuando por fin lo logré me di cuenta que era tan colosalmente grande que a Ernesto Sevilla le hubiera bailado en el cogote. 5 minutos eternos peleando con el broche de un casco delante de un chico en una primera cita no es el mejor de los principios. Y que él te deje batallando con el casco sin decirte que sólo le encajaría a una Bratz tampoco. Seguir otros 5 minutos intentando ajustarlo me pareció insufrible porque además él tampoco hizo un intento de aligerar el asunto. Así que confié en que no se cruzara ningún gato en su camino para no salir disparada. Me subí a la moto y arrancó. Un minuto después me di cuenta de lo que se me venía encima: el casco se sale. Me cago en la Física, en Newton y concretamente en la Ley de Inercia. Esos 5 minutos de intenso bochorno intentando ajustar la cinta hubieran sido insignificantes comparados con los 10 que tuve que ir agarrándome a dos manos y sin disimulo el casco como si hubiera tenido la feliz idea de llevar pamela en Tarifa

Esto sólo fue el principio. Me llevó a un restaurante muy mono. Que estaba vacío. Estaba vacío cuando entramos y seguía vacío cuando salimos. Aquello parecía una cita de “Hombres, Mujeres y Viceversa”. No puede ir a peor. Puede. La Ley de Murphy tiene unas bases tan sólidas como la de la Inercia. De todo el restaurante vacío nos fueron a sentar en la única mesa que tenía un espejo tan grande como la pared. A mi espalda. Y bueno, aunque hizo sus esfuerzos no pude evitar ser en algunos momentos sentirme “eso” que está entre él y su reflejo. No es para tenérselo en cuenta: el más feo de los hermanos Calatrava tampoco se hubiera resistido.

La conversación iba y venía hasta que llegó el 3º en discordia: el Iphone 4. Lo tenía desde hacía 48 h. Nunca subestimes el poder de un Smartphone. Puedes tener más curvas, pero no podrás competir con sus aplicaciones. Ese teléfono superdotado es el enemigo público número uno de las primeras citas. En cuestión de minutos me hizo una demostración a la Thermomix: artículos que yo había escrito fueron apareciendo, hizo un croquis de cómo llegar desde la mesita del restaurante “Hombres, Mujeres y Viceversa” hasta la caseta de mi familia en la Feria pasando Despeñaperros al fondo a la derecha, y enseñó sin pudor entradas de blogs dónde aparecía. ¿Para esto me expongo a una muerte accidental? Hubiera sido más seguro pedirme mi nombre y apellido y quedar con su Iphone.

Llegaron los postres y con ellos nos invitaron a un chupito. Uno de esos letales que serían capaz de tumbar a Bud Spencer si se lo bebe de un trago. Le di un sorbo y sentí mi cerebro como el de Einsten: flotando en formol, alcoholizado. A estas alturas estábamos en el quesito rosa: películas. Concretamente con El jovencito Frankstein. “¿La has visto en versión original?” “No, la ví cuando era pequeña, en Inglés.”” ¿Y cómo crees que es en versión original, en Transilvano?” Vale, ya he quedado como una idiota, pero ese bendito chupito ha anulado mi capacidad de sentir vergüenza.

Volvimos a la moto y al casco pamela. Y fuimos a uno de eso locales de toda la vida dónde Ava Gadner y Orson Welles compartían cócteles con los Dominguín. Ahora lo frecuentan señores de la edad de mi abuelo rodeados de señoritas. Que es muy de agradecer porque el panorama te da conversación para rato. Y llegó la palabra maldita: bechamel. Se abrió el debate de la pronunciación. Él defiende que hay que pronunciarlo a la francesa; yo que como se lee, que la RAE te deja y no te mira mal. Él todo lo duda, y yo pienso: ¿Por qué no lo dejamos estar? Si la RAE te deja decir “cocreta” y hasta lo enmarca en el diccionario. Sacó al chivato y puso la palabra de la discordia. “Esta definición viene con la fonética.” Me soltó en la mano ese androide mayordomo de bolsillo. Y yo que no sabía qué hacer con él me lo puse en la oreja y esperé pacientemente a que me diese lecciones de pronunciación. Se quedó mirando serio, en silencio, unos segundos, sin decir ni una palabra, viéndome hacer el primo fríamente ... “¿Qué haces?"No habla.” Puedo decir que sé perfectamente que sintió la Sirenita cuando se peinó con el cachibache delante del príncipe Eric: ridículo en estado puro. Tuve ganas de decir: "de verdad que ni soy idiota ni paleta" y sacarle mi media del bachillerato, el Título de la Universidad, y los colegios en los que estuve. Pero en vez de eso me entró la risa que es una forma tan inteligente de reaccionar como otra cualquiera. Total, mi media, los títulos, y el colegio ya se los dirá su Iphone, pero ese no es capaz de reírse de sí mismo.

Soy una cateta de 1G.

lunes, 30 de mayo de 2011

Gran Hermano es Google

Me han googleado. No tiene menor trascendencia. Lo que me tiene alucinada es que mi espía on line, no sólo me ha googleado, es que encima se ha quedado más ancho que largo haciéndomelo saber sin paños calientes.

Mr.Woods me mandó un mensaje después de meses sin saber nada de él: “Me encantó tu post de “La yonqui del idealista”. Muy divertido. Pero escribes muy poquito. Anímate que son geniales.”

Por este orden sentí: sorpresa; halago…Un momento, Mr. Woods sólo sabía mi nombre: vale, ahora empiezo a preocuparme. No sabe mi apellido, ni qué hago con mi vida, pero sí qué escribo y dónde publico. Mi blog sufre de forma crónica de síndrome de habitación vacía lo que confirma a Mr. Woods como googleador entrenado. Es un googleador entrenado con tiempo libre. Es un googleador entrenado con tiempo libre y encima descarado. Yo soy una googleadora amateur pero sin faltar a la discreción, lo cual ahorra esa sensación incómoda de sentirse observado. Es de agradecer. Google ha venido a satisfacer a esa suerte de portera que llevamos dentro todo hijo de vecino. El negocio redondo.

Está claro que estaba equivocada. Creí que era la persona que mejor me conocía y ahora tengo un ranking: Google, yo misma y Mr. Woods.

Woods ha venido a sacudir mi burbuja y de paso me he dado cuenta de que soy, Google mediante, un libro abierto. Mi voyaeur internauta me ha hecho replantearme muchas cosas como, por ejemplo, que dar tu nombre de pila puede resultar demasiada información.

Google, que todo lo sabe, no sólo te ilustra de gratis, también pone al alcance de todos de la dignificación sin mérito alguno. Así, a lo L´Oreal, porque lo valemos. Ninguno de nosotros merecerá una línea en la Larousse pero podemos aspirar a aparecer en wikipedia que además de ser la enciclopedia de cabecera por excelencia, ni ocupa espacio ni acumula polvo. Google debe de ser lo que la Enciclopedia de D´Alambert y Diderot al Siglo de las Luces. Sólo que ahora estamos en el Siglo de las Redes, y más que a la razón nos lo pasamos mejor atendiendo al rumor.

Resulta que Google es un contenedor infinito en el que todos cabemos. En Google compartimos espacio con Paris Hilton. Estamos al lado. A un sólo click, sólo que a ella la clickean más, y somos una comunidad la mar de bien avenida: no nos matamos de aburrimiento con conversaciones de ascensor y tampoco vamos aporreando la puerta de Paris cada vez que monta una fiesta.

Google es una fuente inagotable de saber. Las cosas ya no “las dice la tele”: las encuentra Google y si están colgadas en Youtube mejor que mejor. No hay más qué decir para dar, al menos, el beneficio de la duda a su veracidad. Suelta una barbaridad. Di que lo has encontrado en Google. Parecerá que dices algo de interés y para más inri quedarás de persona documentada.

Google es la panacea. Ha venido a simplificarnos las cosas cotidianas del día a día. Lo mismo te da el número de teléfono de un cerrajero que te encuentra a ti mismo. Google es como el listillo de la clase que todo lo sabe. Un chivato. Si hubiera ido al colegio hubiera sido el blanco fácil de todas las collejas. Por resabido.

lunes, 14 de marzo de 2011

Hasta el moño

Estoy hasta el moño, me dije. Y luego divagé.
El hombre es la medida de todas las cosas. Lo reformulo: El pelo es la medida de todas las cosas.

El pelo le costó un disgusto a Sansón, que perdió su fuerza cuando le dejaron al rape. El pelo como medida de hombría.
Había una vez en un país muy lejano, una desfortunada doncella, Rapunzel, a la que encerraron en una torre ciega, ¿y qué le salvó? ¿Un caballero despistado que casualmente pasaba por ahí? No. Le salvó su pelo. Esta melena trajo cola y dió para un cuento de los Hermanos Grimm.
El pelo femenino puede despertar lujuria. O al menos eso le pasaba a Mahoma, y muchas siguen cubriéndose.

Hacer alusión a algo que tenga que ver con pelo es como ir al economato de las explicaciones. A todo el mundo le toca la fibra sensible. Como Babel, antes de que fuera Babel fuera un cisco, todos entienden el idioma.

Puedes estar hasta el moño. Y estar hasta la coronilla.
Una de las frases más archi repetidas de mi infancia es me tienes hasta la punta de lo pelos, gesticulizada y todo, que impresiona más.
Si algo no te gusta un pelo, se te ponen los pelos como escarpias o de punta a elegir. Yo soy más de la segunda.
Si te arrepientes de algo, ¿lo arreglas? No, hombre, te tiras de los pelos que es mucho más efectivo.
¿Qué estás un poco celosa? Lo que tienes es pelusilla.
No llegas a fin de mes: estás pelá.
Lo peor que te puede pasar en un restaurante es encontrarte un pelo en la sopa.
Puedes hartarte de decir que no tienes un pelo de tonta, da igual nada te salva de que te sigan tomando el pelo.
Si dices todo lo que se te pasa por la cabeza, te diagnostican alopecia lingual: no tiene pelos en la lengua y santas pascuas. Nada grave. En mi opinión lo escandaloso sería lo contrario.
¿Qué la has liado buena? Préparate porque se te va a caer el pelo que es lo peor que te puede pasar en la vida: quedarte calvo.

Que tu madre te pilla in fraganti, a la voz de te voy a dar pa´l pelo encoges el pescuezo y te haces el cuerpo para recibir una maternal y siempre didáctica colleja.
Si te ves en un brete no te salva tu destreza, o tu inteligencia, o la suerte, o la casualidad, o lo que sea...te salvas por los pelos.
El pelo es sinónimo de juventud, detrás de una cana recién descubierta siempre habrá un agorero que diga "si te la quitas te salen siete". Si te la quitas te salen SIETE... ¿Pero esto qué es? ¿Un pelo o un gremlim?
Claro, que las seis de más no duelen cuando se echa una canita al aire...
Ojito con el pelo que con uno sólo te basta y te sobra para defenderte: como me toques un pelo, es la amenaza más intimidadora y efectiva jamás utilizada.

Para describir algo cutre, con decir que era "de medio pelo" es suficiente. De medio pelo. Lo más inexplicable de esta explicación es que todo el mundo te entiende. Vamos a ver, ¿sabemos de lo que estamos hablando? ¿Alguien ha visto alguna vez "medio pelo"? Medio pelo es un pelo, leche. Que vamos todos de listillos como si fuéramos medio superdotados.

Desengáñate, tus amigos no quieren verte a ti; quieren verte el pelo. ¿Y qué le pasa a los calvos? ¿Nadie quiere quedar con ellos? ¿Los calvos no tienen amigos o por el contrario son los únicos que los tienen de verdad?

Te vas a enterar de lo que vale un peine: copy right de las madres.

Te preparas durante tiempo algo que al final no sale todo lo bien que hubieras querido. Vaya, qué lástima. Nada, hijo, no te lució el pelo, ¿qué le vamos a hacer? Así de simple. La vida es mucho más fácil a golpe de secador y GHD. Por favor, dejad de invertir en educación que no luce tanto como una buena mascarilla. Apúntate a un módulo de peluquería y serás orgullo nacional.

Cuando se pierde algo importante no lo buscas, peinas la zona que es como se encuentran las cosas.
El pelo no es traidor, te avisa: si ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.

El pelo mide la belleza masculina: el hombre y el oso cuanto más peludo, más hermoso.
Por pelo un hombre puede hacer cosas asombrosas, después del amor es lo que más les mueve a hacer el ridículo: enrroscarlo con mimo como una ensaimada; o peinarlo con pegamento imedio de la nuca a la frente, o creer a pies juntillas en lociones milagrosas. Usa la palabra crecepelos detrás de un producto y tendrás el éxito asegurado.
Mientras haya pelo no hay vergüenza es un mantra universal.
Un hombre podrá ser un tacaño y querer pagar a medias hasta el periódico pero si hablamos de recuperar el pelo que tenía en su Primera Comunión todo es poco, será capaz de vender un riñón en el mercado negro.

De todas formas hay algunas cosas con el pelo que me chirrían, unos flequillos. Tanto pelo para todo y luego te quedas calvo de tanto pensar...pero bueno, imagino que será porque la ocasión la pintan calva.

domingo, 6 de marzo de 2011

La yonqui de Idealista


Llega un momento en la vida en la que Idealista irrumpe en tu vida. Es así, creces, te haces mayor, la independencia te llama a gritos. Te dices: si Facebook me ha conseguido amigos, Idealista encontrará mi casa. Pero nadie te advierte de lo que hay detrás del cartel Se Alquila.


Fase 1: Idealista engancha
Empiezas por el principio: Idealista. Ese es el día en que descubres que Malasaña no es Malasaña, en el léxico Idealista se llama Universidad. Si no sabes esto nunca has entrado en Idealista.
Idealista debería ir como los fármacos. Con la advertencia cuidado que engancha. Ninguna de tus amigas que se ha independizado te ha avisado. No. Ellas te han dicho:"si quieres te ayudo a buscar". No las culpes, son yonquis de Idealista. Entras con timidez, te haces con el plano de la ciudad, escoges con ilusión la zona que te gusta, señalas los filtros y visitas algunas casas. Eres una visitante cándida e ingenua. Va a durar poco. Pronto acabas conviertiéndote en una portera compulsiva y no paras de husmear casas ajenas. Quieres más. Quieres ver más casas y entonces Idealista se te queda pequeño y entra en juego Fotocasa. El radio se te queda corto, tienes sed de pisos y aumentas las zonas de búsqueda. Pierdes el control: fotocasa-idealista; idealista-fotocosa, salamanca-justicia; justicia-trafalgar; alonso martínez- chueca, palacio-universidad.
Fase 2: Ya eres una yonqui del Idealista.
Facebook ha desaparecido de tu vida. Entras en Idealista antes de abrir cualquier red social. Eres una outsider en toda regla: tu novio podría dejarte con un mensaje en tu perfil y serías la última en enterarte. Asúmelo: Idealista es tu nuevo Facebook y tú sólo quieres ser amiga de casas, de pisos, de apartamentos, de estudios y de lofts. Te sabes sus fotos de perfil. Controlas sus álbums. Les pones corazones, mandas mensajes a los anunciantes y entras en tu correo cada dos por tres para ver si hay alguna actualización en tus casas amigas.
Fase 3: Adoctrinamiento.
Te has echo una experta en el argot Idealista: aval bancario, Plan Alquila de la Comunidad de Madrid, déposito, fianza. Aprendes las diferencias entre estudio, apartamento y piso. Eres una rastreator avispada y sabes leer entrelíneas. "Coqueto loft" es un ESTUDIO; que te dice "calefacción individual eléctrica" tú ves claramente SIN CALEFACCIÓN; dónde pone "precioso apartamento abuhardillado", tú ves POSIBILIDADES DE DECAPITACIÓN INVOLUNTARIA. Te ves con fuerza para pasar a la siguiente fase.
Fase 4: Haces la calle.
Enhorabuena, has sido aleccionada para adentrarte en la selva. Te has hecho con un listón de pisos y empiezas a llamar. No desesperes: algunos no contestarán nunca; otros han jugado con tus sentimientos y llevan meses alquilados. Y otros tendrás la mala suerte de verlos.
Tus tardes se convierten en una gimkana y a la salida del trabajo vas saltando de piso a apartamento, de apartamento a buhardilla.
Ahora te vas a enfrentar con la fauna real: agencias, propietarios, porteras y lo que es más desmoralizador: pisos con más cola que un casting de Operación Triunfo.
Tendrás conversaciones como esta:
-"¿Y qué condiciones pide?
- Seis meses de depósito, uno de fianza, uno por adelantado y el mes en curso.
- Perdone,¿ y a mí quién me garantiza que con mi dinero no va a esquivar al fisco, abrirse una cuenta en Suiza y fugarse a las Bermudas?"
-" La casa se alquila amueblada.
- ¿Pero usted sabe el daño psicológico que puede causar convivir con sus muebles?"
-" Es un estudio en finca de lujo.
-¿Qué precio?
-1000 euros.
-¿¿Por una habitación con camping gas de diseño??"
Fase 5: El rechazo.
Las dudas te asaltan. Te tiras de los pelos maldiciendo el día en qué se te ocurrió buscar piso. Reniegas de Idealista.
Fase 6: El mono.
Idealista está ahí y lo sabes. Vuelves a la carga mentalizada para una guerrilla de resistencia.
Fase 7: Aparecen los temores.
Cuando llevas tiempo viviendo en Idealista te das cuenta de que hay apartamentos que SIEMPRE están ahí. Empiezas a tener pesadillas; te va a tocar bailar con la más fea. No pegas ojo y ves a tus amigas yonquis entrando a tu casa y comentando: " No me digas que al final alquilaste éste".
Fase 8: Eres una plasta.
Tienes vida, sí, pero no tienes temas de conversación. Tienes tema. Dejas de hablar de chicos, de trabajo, de chicos, de compras, de chicos. El plan del fin de semana es la ocasión perfecta para contar los pisos de la semana. No te preocupes; tus amigas no te abandonarán, te aseguro que las situaciones que vivirás en tu búsqueda no tienen desperdicio.
Fase 9: El colocón de Idealista.
Ya pasas de todo, estás enganchada y quieres más. Tienes un subidón de Idealista y te da exactamente igual. Echas una canita al aire y quitas todos los filtros. Te pegas un tour por todo lo que no puedes pagar y regalas tu vista con unos casoplones que quitan el hipo. Con hidromasaje, cocina inteligente, tarima flotante, solarium, terraza kilométrica, hall y tropecientos balcones; por supuesto en edificio de interés cultural. Flipas.
Fase 10: La aparición.
Sí, ese día llega. Ves un apartamento y le pones un corazón que da gloria verlo. Te tiras en plancha al teléfono y quedas para verlo. Sales como una flecha del trabajo y cuando llegas te sorprendes colocando tus muebles. Yonquis del Idealista despediros de éste porque es mío.




domingo, 19 de diciembre de 2010

Mi hermana Thermomix

Me encanta la comida de casa. Ojo, de casa, la casera no la conozco. Tengo una madre que si tuviera que elegir qué llevar a una isla desierta diría sin pestañear que a la Thermomix. Este robot es uno más en la familia. Cuando nos íbamos de veraneo de Zaragoza a Chipiona (sí, yo veraneaba en Chipiona como la más grande, pero esta es otra historia), la thermomix iba sentada a mi lado. Me he pegado los veranos de mi infancia sin tele pero con thermomix. No recuerdo en qué año pasamos de ser familia de una a dos thermomix. Sí, en mi casa hay dos thermomixes, el plural se inventó gracias a mi madre, pero sólo hay un televisor. Mi madre es una adelantada de su tiempo y se zafó de la cocina con maestría.
La comida casera fue una revelación para mí cuando me enteré con 18 que en mi casa no teníamos conocimiento de qué era. Resumiendo la historia fue así.
"Hecho de menos la fabada de mi casa"
-"¿No es Litoral?"
"Hecho de menos las albóndigas de mi madre"
- ¿No son de lata?
"Mi abuela hace unas empanadillas riquísimas"
- "¿No son de La cocinera?"
Así podría seguir infinitamente. Mi madre debió ser la primera ama de casa española que compró tortilla de patata congelada. Congelada, en cajita de cartón, nada de refrigerada. La tortilla más seca del planeta era cenada en mi casa con relativa frecuencia. Dependemos tanto del congelado que tenemos una nevera combo además de un congelador XL. Esto se hereda, tenía yo 6 años y mi abuela ya se encargaba de que Bostfrost llamara a su puerta. Mi madre es clienta vip. Y yo no escaparé al destino.
Durante mucho tiempo, el menú de mi casa era tal que así:
- Lunes: pollo asado evidentemente comprado.
- Martes: pescado de mentira (así conocemos en mi casa al pescado congelado)
- Miércoles: los miércoles era una sorpresa, porque se compraba la comida ya preparada.
- Jueves: Filete a la plancha.
- Viernes: pescado de verdad.
- Sábado: pasta con tomate.
- Domingo: cocina cerrada, fuera a comer.
Las cenas era un aleatorio entre tortilla congelada, perrito caliente o sandwich, menos los viernes que había Telepizza.



domingo, 21 de noviembre de 2010

Todo Lanvin tiene un precio

Para tener un Lanvin tiene que darse al menos una de estas cosas:
1. Tener 5000 euros e ir tranquilamente a la tienda a comprártelo y de paso que te traten como a una pretty woman después de que Richard Gere ponga los puntos sobre íes.
2. O levantarte a las 4 de la mañana para hacer cola en H&M al menos desde las 6 am y pelear por ser una de las pocas que se haga con uno por 150 euros.

No sé cuál de los dos puntos es más improbable en mi caso: si que Richard Gere me acompañe de compras o levantarme a las 4 am .

H&M ha puesto 10 mandamientos para que nadie pierda la compostura en la cacería del Lanvin:

1. Harás cola civilizadamente.
2. No levantarás falso testimonio sobre tus compañeros de espera.
3. No utilizarás el nombre de H&M en vano.
4. Aceptarás entrar de veinte en veinte.
5. Tendrás 15 minutos para comprar. (Creo que si alguien es capaz de hacerse con toda la colección en ese tiempo los de Humor Amarillo te hacen socio de honor).
6. Cogerás una talla por modelo.
7. No arrasarás con los complementos.
8. No codiciarás las adquisiciones ajenas.
9. No hurtarás la compra de la vecina.
10. Honrarás el nombre de Alber Elbaz.

A cambio ellos ofrecerán café para que nadie muera de hipotermia y abrirán a las 8 de la mañana.

No doy crédito. Y lo digo yo que por las colecciones de Viktor and Rolf y Roberto Cavalli fui capaz de pedir un día de asuntos propios en el trabajo; ir en AVE a Sevilla (lo que aumentaba estratégicamente mis posibilidades); reclutar al clan Junco, abuela incluída, y aleccionarlas sin piedad sobre las prendas claves. Por no hablar de que por la colección de Sonia Rykiel pagué un taxi para que me esperara en Gran Vía, cuando en realidad estaba yendo a Atocha a coger el tren.

Sólo tengo una cosa que decir: "OMG!"